En los trastornos de conducta la acción del proceso enseñanza y educación
tienen un carácter correctivo compensatorio. Durante la enseñanza y la educación
se desarrollan conocimientos, hábitos y habilidades, así como se desarrollan intereses,
motivaciones y modos de actuar. Conocer las potencialidades de los escolares
constituyen el punto de partida para establecer de forma objetiva las
estrategias de intervención más específicas.
La intervención en los trastornos de conducta debe ser una actividad
socializadora, que se debe orientar a la formación de motivos e intereses para la
acción social. A nivel de comunicación el escolar debe hablar en primera persona,
sin esconder sus sentimientos, debe promoverse que no culpe a compañeros en sus
dificultades, aprendiendo a expresar sus preocupaciones y necesidades de forma
concreta.
La autorregulación es la base de muchas formaciones psicológicas tales como la autovaloración, la independencia, el autocontrol y la autoconciencia. Enseñar a autorregular el comportamiento es establecer un sistema de influencias que le permitan al escolar a conocer y comprender siempre qué hacer, cómo hacer y por qué. Los escolares deben comprender la utilidad de las normas y exigencias que se enseñan, teniendo una participación activa y dinámica en el análisis de estas; de manera que puedan reflexionar sobre ellos y les resulten claras y exactas.
La autovaloración es una formación psicológica que le permite reconocer
sus posibilidades y forma la base de las aspiraciones personales. La autovaloración
se desarrolla por las valoraciones que hacen los demás de la actividad del
escolar y el valor que el propio niño da a los resultados de su actividad.
Bajo estos criterios, para la intervención de los escolares con trastornos de conducta se debe reconocer
que es imposible exigir del escolar una conducta que no se le haya enseñado antes.
Indistintamente cuáles sean los motivos del niño; él sólo podrá hacer lo que sepa
cómo hacer; pues la conducta se aprende. Pues la conducta se realiza sólo como
condición de que el hombre quiera y pueda conducirse en una forma determinada,
es decir, cuando además del motivo exista el conocimiento y la habilidad.
El proceso de formación de la conducta necesita también de la orientación
de modelos positivos de actuación, los “ejemplos”. Así mismo, si el escolar participa
activamente en el proceso educativo conoce más rápidamente e interioriza qué se
espera de él, cuál debe ser el producto de su actividad y en qué medida ha
alcanzado los resultados esperados. De este modo renace el interés y el empeño
por la autodirección, se va logrando una conciencia de sí y mayor autoestima,
desarrollándose las posibilidades de autovaloración y la capacidad de autocontrolar
la conducta.
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